sábado, 24 de julio de 2010

Las uñas, un bocado poco saludable



Morderse las uñas, un hábito frecuente en niños y adultos, puede generar daños en dientes, encías y dedos


Las manías acompañan al ser humano desde sus primeros días de vida.

Chuparse el dedo pulgar, dormir con el peluche favorito o hacerlo aferrado a una manta son gestos diarios e instintivos que tranquilizan y consuelan a los más pequeños. A medida que crecen, estas costumbres comienzan a convertirse en excentricidades y la mayoría las abandona por el camino. Excepto una: morderse las uñas. Este hábito nace en la infancia, en general tras la retirada del chupete, y algunas personas lo perpetúan. Se calcula que alrededor del 25% de los universitarios y el 10% de los adultos mayores de 35 años continúan en su empeño por morderse las uñas. De espera en la cola de la panadería, en el trayecto en autobús hasta el trabajo, frente al ordenador, al televisor o por pura inercia. Cualquier momento se aprovecha para poner en práctica este vicio confesable, pero no por ello inofensivo. Los efectos en uñas y manos saltan a la vista, pero van más allá de la estética. Detrás del continuo repiqueteo de dientes se pueden esconder consecuencias perjudiciales para la salud. Las más habituales son daños en las uñas y en piezas dentales. Y algo más peligroso aún: el riesgo de contraer infecciones en boca y dedos. Los expertos erecomiendan la detección en la infancia como el remedio más efectivo. En los adultos, la fuerza de voluntad, el autocontrol e incluso la asistencia psicológica son los instrumentos para abandonar este bocado tan poco saludable.





Más que una manía


Las manos forman parte de la tarjeta de presentación de las personas y son, en este caso, prueba irrefutable de que quien las estrecha sufre onicofagia. Este es el término médico que designa la costumbre de morderse y comerse las uñas. Catalogado popularmente como manía, tic, acto reflejo o pura rutina, es en realidad un trastorno nervioso asociado a la ansiedad. Quienes se muerden las uñas lo hacen porque piensan que algo placentero como roer una uña o juguetear con ella les aportará una dosis de tranquilidad. Por eso, desvían el desasosiego hacia esta práctica que por momentos se convierte en relajante y en una distracción fácil.

Se calcula que uno de cada cuatro universitarios y el 10% de los adultos se comen las uñas

La costumbre de morderse las uñas aparece de forma habitual en la infancia, de manera particular entre los niños más nerviosos. El hábito se manifiesta a partir de los 3 años o tras la retirada del chupete, cuando los pequeños alcanzan la suficiente coordinación psicomotriz que requiere su práctica. Los expertos estiman que afecta al 45% de los niños, sin diferencias apreciables entre los sexos. Con el paso de los años, la onicofagia se acaba automatizando de manera inconsciente y se convierte en una rutina mecánica que se inicia casi ante cualquier tipo de situación. Pero, ¿por qué se hace? El motivo no es otro que la ansiedad. Cuando la persona no ha encontrado otros mecanismos alternativos para paliar o, al menos, controlar este trastorno, el hábito de morderse las uñas se convierte en una válvula de escape eficaz, aunque patológica, de reducir la tensión por un momento.



Atajarlo desde la infancia


Para evitar males mayores y para que el ritual de comer o morderse las uñas no acompañe a la persona a lo largo de su vida, lo deseable es intentar ponerle fin desde la infancia. En esta etapa, la responsabilidad de que el niño no siga adelante con esta mala costumbre recae directamente en los padres. La paciencia, determinación y cariño son las mejores armas para atajarlo. Cuando el niño se lleve las manos a la boca, es aconsejable llamarle la atención, pero sin darle demasiada importancia ni convertirlo en un drama. De lo contrario, es probable que el efecto que se consiga no coincida con el deseado.

El problema se puede agravar si se reprende con dureza al niño y se utilizan expresiones que puedan resultar hirientes. Por este motivo se debe evitar caer en el error de castigarle, echarle la culpa o increparle en público.


Morder es un hábito observado en casi todos los niños de 1 a 2 años y medio. La onicofagia (morderse las uñas) está asociada a un sentimiento de distensión y a un sentimiento de triunfo.

El gesto de roer las uñas implica, en efecto, verdadera tensión y agresividad; su origen puede verse en el período de la primer infancia correspondiente a la dentición. Estando las encías irritadas, el niño experimenta en ese momento la necesidad de morder, de mascar y de destruir. Así de esta forma descarga su tensión.

¿¿Qué hacer??:

1º-Tu hijo necesita descargar su energía y su tensión. Piensa si quizás estáis siendo muy exigentes con él.
2º-El niño necesita desfogarse. Permítele que palmotee sobre los juguetes, que eche abajo una construcción (la reconstruirá con el mismo gusto) que rasgue papeles, que se mueva, que grite, que toque el agua y la tierra, que se manche. Sobre todo que realice juegos manuales. La plastelina, le ayudará.
3º-Será importante que haga deporte, le ayudará a descargar su energía. Cómo todavía es muy chiquitín, puedes empezar porque aprenda a nadar, tienes piscinas en donde enseñan a niños de su edad.
4º-Ponle zapatillas de cordones para que no se las pueda quitar.
Tu hijo al morderse las uñas obtiene un placer que es como un juego: juega con su región bucal, fuente de los primeros placeres. Es un juego que realiza con una parte de su propio cuerpo, juego que permite al niño separarse del mundo exterior y encontrar una satisfacción en sí mismo y por sí mismo. Como premio a no morderse las uñas dale un caramelo en forma de chupa-chups, y déjale que se manche y que disfrute.

En general, los niños comienzan a comerse las uñas a los cuatro o cinco años de edad. Este hábito compulsivo debe transformarse en una preocupación para los padres y en motivo de consulta al pediatra cuando es muy repetitivo y los niños se comen las uñas hasta llegar a la piel, provocando infecciones en los dedos.
Magdalena Rahmer, psicóloga de la Pontificia Universidad Católica, explica que comerse las uñas es en la mayoría de los casos un comportamiento automático compulsivo, donde el niño sabe que es perjudicial y que le hace daño, pero que no puede evitar o sencillamente no controla. Habitualmente, responde a sentimientos de ansiedad o inseguridad. “En algunas ocasiones, los niños se comen las uñas bajo determinadas circunstancias y no en otras, por lo tanto, los padres deben fijarse cuándo ocurre y conversar con su hijo sobre lo que está pasando. Así, podrán descubrir cuál es la razón que lo está llevando a morderse las uñas”, sostiene la profesional.
Son muchos los motivos que pueden influir para que un niño comience a comerse las uñas. Las razones más comunes se asocian a que el menor esté experimentando ansiedad por alguna situación o un sentimiento interno de malestar, y cuyo síntoma es llevarse las manos a la boca. También se asocia a estados de preocupación por alguna situación que lo aflige, como la llegada de un nuevo hermano al hogar o la vuelta a clases, o que esté tratando de llamar la atención por algo que le sucede. Asimismo, cuando uno de los padres se come las uñas frente a sus hijos, es muy probable que el niño lo trate de imitar y termine adquiriendo este mal hábito.

También hay casos de niños que se comen las uñas por su temperamento vulnerable, por ejemplo, cuando son muy sensibles, no toleran la frustración, o no manifiestan su sufrimiento abiertamente. Por lo mismo, se retraen y recurren a consolarse inadecuadamente a través de este comportamiento.

La onicofagia es muy frecuente en los niños, por lo tanto, los odontopediatras son uno de los primeros en darse cuenta de sus efectos. Según Carolina Véliz, cirujano-dentista de la Universidad de Chile, además de los dedos sangrantes, los signos más evidentes de esta patología son los bordes desgastados de los dientes anteriores, úlceras recurrentes en la encía y labios, inflamación de la encía y mayor predisposición a las infecciones orales. “En los dientes las secuelas van desde microtraumatismos del esmalte a fracturas del diente que afectan gravemente la estética e, incluso, se puede producir una deformación de la mordida. Es importante que los padres detecten a tiempo esta práctica, porque cuando no responde a una situación tensional, puede tratarse de una conducta imitativa o una mera entretención. Así, mientras antes se corrija, mejor será el pronóstico y menores los daños que puede provocar”, sostiene la odontóloga.
Cuando el hábito está recién empezando, es más fácil detenerlo. La doctora Véliz afirma que morderse las uñas es un síntoma, y al determinar la causa se pueden escoger variados tratamientos multidisciplinarios, que dependerán de la intensidad del comportamiento. Si se descubre que la causa es por angustia, lo primero es tratar de aliviarla modificando la situación que lo preocupa. Si no hay otro síntoma de ansiedad, es recomendable el uso del refuerzo positivo, es decir, premiarlo por no comerse las uñas e ignorarlo cuando se las come. Si lo hace antes de dormir, es recomendable darle algún juguete o ponerle guantes.




Consecuencias no sólo estéticas


Uñas casi inapreciables, dedos con una característica forma achatada o llenos de padrastros son los efectos más visibles que deja la onicofagia en quienes la ponen en práctica. Sin embargo, las consecuencias no sólo se limitan al plano estético. Morderse las uñas acarrea al mismo tiempo problemas prácticos. Acciones como recoger una moneda del suelo, despegar una bolsa de plástico o separar cinta adhesiva se convierten en toda una hazaña cuando no se tiene la longitud mínima de uña que requieren. Elementos funcionales aparte, dientes, encías y las propias uñas pueden llegar a sufrir graves daños. El repiqueteo constante al que se someten los incisivos para morderse las uñas causa que estas piezas dentales, tanto las superiores como las inferiores, se desgasten y su forma tienda a recortarse. Otra consecuencia es que las uñas no crecen de manera correcta por el continuo mordisqueo al que se someten. Se originan pequeños traumatismos en la parte que se encuentra bajo las uñas (lecho ungueal) y a largo plazo su aspecto se altera. Las zonas de piel vecinas también sufren los efectos de esta práctica. A menudo, aparecen inflamaciones de los dedos y dolor agudo. Los populares padrastros e incluso verrugas en la piel que rodea las uñas son otros problemas añadidos.

Las bacterias, virus, hongos y cándidas campan por manos y uñas, de ahí el riesgo de infección

No obstante, el peor efecto es el alto riesgo de contraer algún tipo de infección. Las bacterias, virus, hongos y cándidas campan por manos y uñas. A lo largo del día, el acto de morderse las uñas implica que los dedos se chupen y se introduzcan en la boca continuamente. Es entonces cuando la infección salta a la boca.

Roer las uñas también afecta en el plano psicológico. Es frecuente que este hábito origine diversas reacciones fruto del mal estado en el que se encuentran las uñas. La más común es la vergüenza ante la posibilidad de que otras personas observen las uñas recomidas, los dedos infectados y heridos.






Para no poner las uñas en peligro


Morderse las uñas se convierte en un acto reflejo tan instalado en la rutina diaria que es difícil controlar. Sin embargo, no tiene por qué ser una condena perpetua. Su erradicación exige fuerza de voluntad y autocontrol. La solución definitiva para poner fin a la onicofagia procede del campo de la psicología, pero para paliar el afán de morderse las uñas también se pueden poner en práctica algunos remedios caseros. Su validez aumenta cuanto mayor sea el empeño y las ganas de cortar con el problema.

"Ojos que no ven..." la finalidad de este remedio es poner impedimentos para no llevarse las uñas a la boca. Se emplean desde tiritas, cintas adhesivas hasta uñas de porcelana.

Con mal sabor de boca: representa la medida más clásica y tradicional. Consiste en aplicar sobre las uñas lociones y esmaltes específicos (de venta en farmacias) que tienen un sabor amargo, picante o desagradable. El objetivo es provocar el rechazo de la persona en el intento por llevarse los dedos a la boca. El resultado es similar, más rudimentario eso sí, si se frota la punta de los dedos con ajo crudo o pimienta.

Cuidar de ellas: mostrar interés por tener unas uñas con un aspecto bonito y cuidado es otro de los remedios al que recurrir. Comenzar a cortarlas, limarlas, pintarlas o hacerse la manicura es una manera de rebajar las ganas de morderlas.

Asistencia psicológica: cuando morderse las uñas pasa de lo anecdótico y genera tal ansiedad que pone en jaque la vida personal del individuo, lo aconsejable es acudir al psicólogo. Este profesional es quien, por medio de distintas terapias, determina las situaciones que desencadenan comerse las uñas para así controlar el hábito. Es frecuente que recomiende llevar un diario donde anotar las circunstancias que causan este acto para aprender a controlar el impulso.

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